martes, 18 de diciembre de 2007

La dulce agonía de la mediocridad

Las palabras progreso y libertad las hemos usado profusamente en nuestra retórica como ideales humanos aunque paradójicamente el común de la gente no tiene consenso acerca de qué significan, o ni siquiera pueden definirlas. Muy por el contrario nuestras múltiples definiciones tienden a contradecirse mutuamente e incluso amenazan el porvenir de la vida como un todo.

Por ejemplo, muchos de nosotros asociamos inconscientemente progreso y libertad con la opulencia, la tecnología y el poder. También intuitivamente muchos asociamos todo tipo de placer con el bienestar. Y esta convicción nos tienta a creer que el sentido de la vida es la búsqueda y defensa de la supremacía y/o el placer individual. Pareciese una conclusión sensata pero la historia la desmiente.

Teniendo en cuenta los monumentales logros tecnológicos y económicos del hombre, aparentemente el desarrollo es indisputable, pero la realidad es diametralmente opuesta. Todo este desarrollo frenético parece que nos está costando la miseria de la inmensa mayoría de la población del mundo. Los beneficiarios del crecimiento económico y tecnológico son una minoría cuyos principios de existencia en general distan mucho del ideal humano. La búsqueda de la supremacía tiende a convertirse en tiranía, oportunismo y corrupción y la del placer en vicio, ocio y frivolidad. La pobreza y la opresión se van convirtiendo en una barbarie, una violencia que está llegando a límites apocalípticos. La depresión, el odio, el estrés, la desconfianza, la indiferencia y la apatía se convierten patéticamente en síntomas de una vida normal en nuestros días.

Parece que entre más desarrollo técnico y económico somos o bien más insatisfechos, frívolos y holgazanes, o bien más frustrados, impotentes o violentos. En total, más decadentes, incapaces de vivir unos con otros y más perjudiciales para la vida del planeta. Y a este modelo de desarrollo que la gran mayoría de economistas no lo considera sostenible, muchos lo llamamos “progreso”.

A esta convicción de supremacía y placer individual para el progreso y la libertad la podemos denominar mediocridad. Y la conclusión es simple: el desarrollo económico y tecnológico no tienen nada que ver con el progreso cuando estos nos corrompen hacia la mediocridad. Cuando empezamos a creer que la felicidad es la euforia que la paz es el confort que la libertad es el capricho o el ocio y que el éxito es la supremacía.

En cambio, cuando nos alejamos del ruido de nuestras preconcepciones, nuestros prejuicios, nuestro ego humano, e intentamos definir progreso y libertad en términos de la vida, es posible encontrar unos conceptos mucho más simples y más profundos. Conceptos que son el fundamento de la nueva propuesta de coalescencia humana.

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