La vida busca perpetuarse a pesar de la muerte, es decir incrementar sus posibilidades de supervivencia, a través de la diversidad, la sinergia y la evolución. La diversidad de las especies proporciona nuevas alternativas de supervivencia, la sinergia permite la formación de entes más complejos a partir de la organización de individuos más simples y la evolución mejora con el tiempo las facultades de las especies, logrando así mayor resistencia a la adversidad. Los entes vivientes están en constante lucha por la supervivencia a través del mutuo conflicto y la competencia mutua hasta lograr el equilibrio de la simbiosis (convivencia) y la sinergia (multiplicación del potencial gracias a la suma del esfuerzo).
Por esto, podemos decir que el fin de la vida es la búsqueda de la inmortalidad. La inmortalidad se busca a través de la continua lucha por la supervivencia. El incremento de las posibilidades de supervivencia en el futuro puede denominarse progreso. La medida de éxito en la supervivencia de un individuo está determinada por sus atributos y capacidades particulares que le permiten lograr autónomamente su supervivencia, lo que podemos denominar como su libertad, cuando esta capacidad se logra en todos los miembros de una comunidad en virtud de su interacción mutua el resultado es la Coalescencia: la capacidad de una comunidad de sobrevivir y progresar mancomunadamente.
En los humanos, la libertad es representada por las facultades humanas (como destrezas, conocimiento) y por la personalidad (como rasgos, identidad) que le permiten al individuo ser autónomo, responsable de su propia vida (capacidad de decidir su destino). Los recursos propios y públicos son las herramientas de su propia libertad. La libertad entonces se construye a través de la empatía, la pasión y la creatividad, es decir, a través del desarrollo de las virtudes humanas, y el trabajo humano es el medio para desarrollarlas. El desarrollo mancomunado de virtudes humanas eventualmente genera inteligencia colectiva, lo cual directamente engendra la coalescencia humana.
El hombre se ha convertido en la forma más poderosa y aparentemente la más libre del planeta. Gran parte de la ciencia y la tecnología han incrementado la libertad de los humanos porque son herramientas que pueden potenciar imponentemente las capacidades humanas. El comercio también ha contribuido a la libertad humana porque es un mecanismo que permite que el trabajo de unos beneficie a otros humanos a través de servicios y productos (sinergia). Las leyes procuran la convivencia pacífica (simbiosis). En total, la conciencia e inteligencia le han dado al humano la capacidad de expandir su libertad y masificarse más efectivamente que cualquier otra especie del planeta.
Paradójicamente, la realidad de fondo es otra. Al parecer, el poder y desarrollo frenético del humano se devuelve contra sí mismo porque lo degrada a la explotación o lo corrompe hacia la mediocridad. La mediocridad es la búsqueda individual del placer máximo, el esfuerzo mínimo o la supremacía total. La mayor parte de la tecnología se promociona como una alternativa para minimizar el esfuerzo (hacer su vida cada vez más fácil) o maximizar el placer y el confort. No extraña entonces que el trabajo y esfuerzo humano han perdido valor por debajo del capital privado, impulsando al trabajador hacia la explotación y a todos en general hacia la búsqueda de la mediocridad.
El hombre mediocre destruye sus propias virtudes: pierde su creatividad (tienden a ser fútiles y ociosos), su pasión (tienden a ser apáticos o insatisfechos) y su empatía (egoístas, indiferentes o violentos). La competencia mutua frenética por la supervivencia y la mediocridad masiva percibida en el parasitismo social conlleva a la violencia y a la estupidez colectiva y finalmente a la degradación humana, todo lo contrario al progreso, la libertad y la coalescencia.