martes, 18 de diciembre de 2007

Definiendo Coalescencia

La vida busca perpetuarse a pesar de la muerte, es decir incrementar sus posibilidades de supervivencia, a través de la diversidad, la sinergia y la evolución. La diversidad de las especies proporciona nuevas alternativas de supervivencia, la sinergia permite la formación de entes más complejos a partir de la organización de individuos más simples y la evolución mejora con el tiempo las facultades de las especies, logrando así mayor resistencia a la adversidad. Los entes vivientes están en constante lucha por la supervivencia a través del mutuo conflicto y la competencia mutua hasta lograr el equilibrio de la simbiosis (convivencia) y la sinergia (multiplicación del potencial gracias a la suma del esfuerzo).

Por esto, podemos decir que el fin de la vida es la búsqueda de la inmortalidad. La inmortalidad se busca a través de la continua lucha por la supervivencia. El incremento de las posibilidades de supervivencia en el futuro puede denominarse progreso. La medida de éxito en la supervivencia de un individuo está determinada por sus atributos y capacidades particulares que le permiten lograr autónomamente su supervivencia, lo que podemos denominar como su libertad, cuando esta capacidad se logra en todos los miembros de una comunidad en virtud de su interacción mutua el resultado es la Coalescencia: la capacidad de una comunidad de sobrevivir y progresar mancomunadamente.

En los humanos, la libertad es representada por las facultades humanas (como destrezas, conocimiento) y por la personalidad (como rasgos, identidad) que le permiten al individuo ser autónomo, responsable de su propia vida (capacidad de decidir su destino). Los recursos propios y públicos son las herramientas de su propia libertad. La libertad entonces se construye a través de la empatía, la pasión y la creatividad, es decir, a través del desarrollo de las virtudes humanas, y el trabajo humano es el medio para desarrollarlas. El desarrollo mancomunado de virtudes humanas eventualmente genera inteligencia colectiva, lo cual directamente engendra la coalescencia humana.

El hombre se ha convertido en la forma más poderosa y aparentemente la más libre del planeta. Gran parte de la ciencia y la tecnología han incrementado la libertad de los humanos porque son herramientas que pueden potenciar imponentemente las capacidades humanas. El comercio también ha contribuido a la libertad humana porque es un mecanismo que permite que el trabajo de unos beneficie a otros humanos a través de servicios y productos (sinergia). Las leyes procuran la convivencia pacífica (simbiosis). En total, la conciencia e inteligencia le han dado al humano la capacidad de expandir su libertad y masificarse más efectivamente que cualquier otra especie del planeta.

Paradójicamente, la realidad de fondo es otra. Al parecer, el poder y desarrollo frenético del humano se devuelve contra sí mismo porque lo degrada a la explotación o lo corrompe hacia la mediocridad. La mediocridad es la búsqueda individual del placer máximo, el esfuerzo mínimo o la supremacía total. La mayor parte de la tecnología se promociona como una alternativa para minimizar el esfuerzo (hacer su vida cada vez más fácil) o maximizar el placer y el confort. No extraña entonces que el trabajo y esfuerzo humano han perdido valor por debajo del capital privado, impulsando al trabajador hacia la explotación y a todos en general hacia la búsqueda de la mediocridad.

El hombre mediocre destruye sus propias virtudes: pierde su creatividad (tienden a ser fútiles y ociosos), su pasión (tienden a ser apáticos o insatisfechos) y su empatía (egoístas, indiferentes o violentos). La competencia mutua frenética por la supervivencia y la mediocridad masiva percibida en el parasitismo social conlleva a la violencia y a la estupidez colectiva y finalmente a la degradación humana, todo lo contrario al progreso, la libertad y la coalescencia.

La dulce agonía de la mediocridad

Las palabras progreso y libertad las hemos usado profusamente en nuestra retórica como ideales humanos aunque paradójicamente el común de la gente no tiene consenso acerca de qué significan, o ni siquiera pueden definirlas. Muy por el contrario nuestras múltiples definiciones tienden a contradecirse mutuamente e incluso amenazan el porvenir de la vida como un todo.

Por ejemplo, muchos de nosotros asociamos inconscientemente progreso y libertad con la opulencia, la tecnología y el poder. También intuitivamente muchos asociamos todo tipo de placer con el bienestar. Y esta convicción nos tienta a creer que el sentido de la vida es la búsqueda y defensa de la supremacía y/o el placer individual. Pareciese una conclusión sensata pero la historia la desmiente.

Teniendo en cuenta los monumentales logros tecnológicos y económicos del hombre, aparentemente el desarrollo es indisputable, pero la realidad es diametralmente opuesta. Todo este desarrollo frenético parece que nos está costando la miseria de la inmensa mayoría de la población del mundo. Los beneficiarios del crecimiento económico y tecnológico son una minoría cuyos principios de existencia en general distan mucho del ideal humano. La búsqueda de la supremacía tiende a convertirse en tiranía, oportunismo y corrupción y la del placer en vicio, ocio y frivolidad. La pobreza y la opresión se van convirtiendo en una barbarie, una violencia que está llegando a límites apocalípticos. La depresión, el odio, el estrés, la desconfianza, la indiferencia y la apatía se convierten patéticamente en síntomas de una vida normal en nuestros días.

Parece que entre más desarrollo técnico y económico somos o bien más insatisfechos, frívolos y holgazanes, o bien más frustrados, impotentes o violentos. En total, más decadentes, incapaces de vivir unos con otros y más perjudiciales para la vida del planeta. Y a este modelo de desarrollo que la gran mayoría de economistas no lo considera sostenible, muchos lo llamamos “progreso”.

A esta convicción de supremacía y placer individual para el progreso y la libertad la podemos denominar mediocridad. Y la conclusión es simple: el desarrollo económico y tecnológico no tienen nada que ver con el progreso cuando estos nos corrompen hacia la mediocridad. Cuando empezamos a creer que la felicidad es la euforia que la paz es el confort que la libertad es el capricho o el ocio y que el éxito es la supremacía.

En cambio, cuando nos alejamos del ruido de nuestras preconcepciones, nuestros prejuicios, nuestro ego humano, e intentamos definir progreso y libertad en términos de la vida, es posible encontrar unos conceptos mucho más simples y más profundos. Conceptos que son el fundamento de la nueva propuesta de coalescencia humana.